martes, 22 de noviembre de 2011

LAS “EXPECTATIVAS RACIONALES” DE ROBERT LUCAS


Enfrentémoslo, la Facultad de Economía de la Universidad de Chicago —la que tiene todos los Premios Nobel, la que se asocia con Milton Friedman, la que se conoce por su confianza en los mercados y su escepticismo en el gobierno— ha sido vapuleada en ciertos aspectos desde que explotó la crisis de activos riesgosos en Estados Unidos.
Sin dudas, la crítica depende de interpretar erróneamente lo que significa la palabra "eficiente", como en "hipótesis de mercados eficientes". No importa. La escuela de Chicago hoy debería estar alardeando sobre otra de sus grandes contribuciones, las "expectativas racionales", que ayudan a entender por qué las políticas del gobierno estadounidense no logran reanimar la economía.
Robert E. Lucas Jr., de 74 años, no inventó la idea ni acuñó el término, pero hizo más que ningún otro por explorar sus ramificaciones para el modelo económico estadounidense. Las expectativas racionales es la idea de que la gente mira hacia adelante y usa su inteligencia para intentar anticipar condiciones futuras.
Es obvio, diría usted. Cuando Lucas finalmente ganó el Premio Nobel en 1995, fue la profesión de economista la que dijo que era obvio. Para ese momento, nadie aparecía de forma más prominente en la corta lista del honor más alto para la profesión. Como lo dijo más tarde el economista de Harvard Greg Mankiw en The New York Times: "En los círculos académicos, el macroeconomista más influyente del último cuarto del siglo XX fue Robert Lucas".
Lucas visitó la Universidad de Nueva York a comienzos de septiembre para dictar un mini curso, así que me lancé a entrevistarlo. Hay dos cosas en su mente y están conectadas. Una es la incapacidad de las economías europea y japonesa, luego de su crecimiento enérgico en los primeros años de posguerra, de alcanzar a EE.UU. en PIB per cápita. La brecha del PIB, que en su momento parecía destinada a cerrarse, misteriosamente dejó de reducirse luego de 1970, aproximadamente.
El otro tema en su mente es la propia recuperación tambaleante de EE.UU. tras la recesión de 2008.
Para la mejor explicación de lo que sucedió en Europa y Japón, se refiere a la investigación de otro Nobel, Ed Prescott. En Europa, los gobiernos suelen apropiarse de 50% del PIB. La carga de pagar por todo esto cae sobre los trabajadores en la forma de altos impuestos marginales, y en particular sobre mujeres casadas que de otra forma considerarían ir a trabajar y ganar un segundo ingreso para sus hogares. "El estado de bienestar es tan costoso, que simplemente rompe la conexión entre el esfuerzo del trabajo y lo que se obtiene a cambio, el estándar de vida", afirma Lucas. "Y realmente los está afectando".
En cuanto a EE.UU., afirma: "Una economía saludable que cae en recesión tiene durante un tiempo un crecimiento más alto que el promedio y luego recupera la línea de la tendencia previa. No hemos hecho eso. Tengo muchas sospechas pero poca evidencia. Creo que la gente está preocupada por los impuestos altos, por tratar de hacer pagar a las corporaciones por el fracaso del plan de salud de Obama, que se producirá, el hecho de que no van a cubrir las cuentas. Pero nada de esto ha sucedido aún. No se puede ver la evidencia. Los impuestos aún no han subido realmente".
En este punto, los seguidores de Krugman están teniendo un aneurisma. El debilitamiento de la economía estadounidense, insisten, se debe al fracaso del gobierno para pedir prestado y gastar lo suficiente para darle uso a la capacidad inactiva mientras los hogares y las empresas "se desapalancan". En un mundo keynesiano, donde el gobierno incentiva la demanda con una inyección de gasto deficitario, se supone que las cifras deben mostrar actividad. Se supone que las compañías deben contratar más e invertir más. Se supone que los consumidores deben consumir más.
¿Pero qué pasa si las cifras no responden como prescribe el modelo? ¿Qué pasa si las empresas reaccionan a lo que ven como una explosión temporal y artificial en la demanda al hacer rendir más a sus trabajadores y sus equipos existentes, o al aumentar los precios? ¿Qué pasa si las compañías y los consumidores responden a un frenesí de préstamos del sector público volviéndose temerosos de la estabilidad financiera del gobierno mismo? ¿Qué pasa si se suman al movimiento pro austeridad "tea party"? Y con "tea party" me refiero a la manifestación de consumidores y empleadores en el mundo real, que ante un estímulo no se comportan de la forma en que el modelo keynesiano dice que deberían actuar.
A comienzos de los años 60, Lucas y sus colegas no intentaban socavar las recetas convencionales cuando empezaron a pensar en cómo podría responder el público —posiblemente de formas inconvenientes— ante señales sobre las intenciones del gobierno. Según recuerda, simplemente intentaban hacer que los modelos funcionaran. "Alguien toma una decisión entre el presente y el futuro. Se obtiene un título universitario que va a dar frutos a través de mayores ingresos más adelante. Se hace una inversión y rendirá más adelante."
"Si uno va a escribir un modelo matemático, se debe tener en cuenta este tema. ¿De dónde se supone que salen estas expectativas? Si uno simplemente las inventa, entonces se puede conseguir el resultado que uno quiere".
La solución, que parece obvia, es asumir que la gente usa la información a mano para juzgar de qué forma mañana podría ser similar o diferente a hoy. Pero seamos precisos, no caer en la brecha entre "gente de procesador de texto" y "gente de hoja de cálculo", como lo expresa Lucas. Nada se asume: los datos son interrogados para ver cómo los cambios en índices fiscales y otras variables influyen decisiones de trabajo, ahorro e inversión.
Friedman y Obama
Lucas recuerda a Milton Friedman, con quien tomó un curso en su primer año de posgrado, como un "profesor increíblemente inspiracional". "En verdad me cambió la vida", afirma. Friedman, recuerda Lucas, era un escéptico de la curva de Phillips, la idea keynesiana de que cuando las empresas ven un aumento de precios, asumen que la demanda por sus productos está subiendo y contratan a más trabajadores, incluso si la verdadera razón por el alza de los precios es inflación.
Le pregunto si es verdad que votó por Barack Obama en 2008, supuestamente la segunda vez que ha apoyado a un demócrata para presidente. "Sí... Esta (historia de racismo) ha sido la peor mancha de este país. Y de la noche a la mañana aparece este hombre encantador e inteligente y la borra. Fue grandioso".
"Pensé que iba a ser más como Clinton en términos económicos y políticos. Me sorprende lo tan cerca a la izquierda que está y cuánto se ha aferrado a ello, diría, a un alto costo para él mismo", dice sobre Obama.
Refrescante, hasta vigorizante, es el escepticismo de Lucas sobre la historia del "desapalancamiento" como la suma de todos los males económicos de EE.UU. "Si la gente comienza a construir muchos edificios altos en Chicago o cualquier lugar y nadie compra las unidades, obviamente el sector de la construcción se va a parar por un tiempo. Si se construye algo en exceso, eso no es el problema, de cierto modo es la solución. Es una pena pero no es un tema de vida o muerte, la burbuja inmobiliaria".
En cambio, el shock se produjo porque complejos valores ligados a hipotecas emitidos por Wall Street y "certificados como seguros" por agencias de calificación se habían vuelto "parte del suministro de liquidez del sistema", sostiene. "De pronto, gran parte de todo esto resulta ser una mentira. Es el aspecto financiero que fue instrumental en el derrumbe de 2008. No creo que sólo el sector inmobiliario, si no fuera por estas emisiones y el rol que jugaron en el sistema de liquidez", hubiera sido un golpe debilitador para la economía.
Lucas cree que Ben Bernanke actuó correctamente al apuntalar el sistema. Ni siquiera le parece mal el primer plan de estímulo de Obama. "Si cree que Bernanke hizo bien al poner en circulación un billón de dólares, ¿por qué es mala idea que el Ejecutivo ponga en circulación un billón de dólares? No es inapropiado en la recesión poner en juego dinero e intentar que el gasto no baje demasiado, e hicimos eso."
Pero eso fue en aquel momento. Al menos en EE.UU., los problemas de liquidez que aparecieron en 2008 fueron enfrentados tiempo atrás. Repetir el ejercicio ahora con artilugios temporales de impuestos y gasto significa producir lo opuesto al efecto deseado en consumidores y empresarios, quienes ahora ya volvieron a ver la situación con perspectiva a más largo plazo. Lucas afirma: "El presidente se sigue concentrando en cosas transitorias. Dice con resentimiento, 'Bueno, conservaremos los recortes impositivos de Bush por un par de años'. Está mal decir eso. Lo que me importa es de cuánto será la tasa fiscal cuando mi proyecto comience a dar frutos".
Lucas se estremece un poco cuando le pregunto qué consejo le daría a Obama. De todos modos, da una respuesta. Repasa una breve disertación sobre el trabajo de colegas —Martin Feldstein, Michael Boskin, otros— a quienes les da el crédito por liberarlo a él y otros economistas de una asunción juvenil de que los impuestos tienen poco efecto sobre la cantidad general de capital en la sociedad. Una lección para Obama podría ser: si quiere estimular el crecimiento de la inversión, la productividad y el ingreso, recorte los impuestos sobre el capital.
Por: Holman W. Jenkins, Jr.

LA CRISIS DESDE LAS PERSPECTIVAS DE KEYNES Y HAYEK


El pasado 26 de julio, se llevó a cabo, en la London School of Economics (LSE), un debate entre cuatro expertos, dos de los cuales eran seguidores de John Maynard Keynes y los otros dos de Friedrich Hayek. El encuentro se realizó con la finalidad de discutir acerca de cómo se llegó a la crisis internacional y los posibles medios para salir de ella, desde los puntos de vista de estos dos importantes economistas, que representan el camino de la intervención estatal, en el caso del primero, y de la limitación de dicha intervención, en el caso del segundo.
Según Keynes, las economías superan la crisis mediante una gran expansión en el gasto del Gobierno, lo cual, se supone, genera crecimiento económico y empleo de manera sostenible. Por ello, en el debate, los keynesianos sustentaron que se debería incrementar el gasto público, además de crearse un “banco de infraestructura”, con la finalidad de incentivar la inversión. A pesar de mostrarse preocupados acerca del gran déficit, ellos sostienen que recién se superó la Gran Depresión en la Segunda Guerra Mundial cuando el gasto del Gobierno aumentó de manera considerable, por lo cual para ellos tiene sentido continuar con esta clase de medidas.
Por otro lado, Hayek sostenía que para recuperarse de la crisis se debía realizar un gasto adecuado y retornar a la producción sostenible, es decir, que permanezcan en el mercado aquellas empresas que se pueden mantener sin la necesidad de ningún estímulo económico y que quiebren aquellas que no, en lugar de que el Estado gaste dinero de los contribuyentes para mantenerlas con “respiración artificial”. En el debate, sus seguidores propusieron que no se continúe aplazando este posible proceso de liquidación mediante un mayor gasto del Gobierno (mientras más se postergue, más fuerte será el golpe) y que se debería eliminar la dependencia de la política monetaria expansiva implantada por los bancos centrales.
Al final de este debate, el cual tuvo un carácter de exposición de ideas, se realizó un “sondeo” entre el público acerca de cuál sería la mejor política a aplicar dada la coyuntura internacional. Resultó ganador Hayek, lo que muestra en cierta medida la validez y afinidad de sus ideas en estos tiempos de incertidumbre.

LA RUTA DE ESTADOS UNIDOS
Las medidas tomadas por el Gobierno de los Estados Unidos, en el denominado Recovery Act, están muy relacionadas al primero de los economistas. Los hayekianos critican a las famosas Quantitative Easing (QE) I y II, las cuales consisten en inyecciones monetarias que buscan brindarles mayor liquidez a los bancos para disminuir sus tasas de interés, a lo cual se suma una rebaja de la Prime Rate (la tasa interbancaria de EE.UU.) a 0.25%. También se ha realizado el rescate de diversas instituciones financieras para evitar una crisis sistemática en este sector, lo cual ciertamente fue una decisión complicada, pues dejarlas caer podría haber ocasionado un colapso en el sistema. Pero lo más preocupante es el tremendo estímulo fiscal, que ha llevado el déficit de EE.UU. al 14% de su PBI. Este ha contemplado subsidios a algunas empresas para incentivar el empleo, mayores gastos en programas sociales (como los beneficios por desempleo), en infraestructura y en promover la eficiencia energética. Adicionalmente, también se realizaron recortes en los impuestos tanto para las familias como las empresas, lo cual, según los hayekianos, sí puede ser efectivo.
Como se observa, las políticas para reactivar la economía estadounidense se han basado en un alto gasto del Gobierno; sin embargo, estas no muestran los resultados deseados. Un ejemplo de la posible ineficiencia en este esquema radica en que, según Keynes, no importa en qué proyecto se gaste con tal de que se gaste; pero, bajo ese supuesto, hacer huecos en la pista para luego taparlos estimula la economía. Asimismo, en el caso de la infraestructura, se puede terminar simplemente atrayendo empleo de otras actividades, en lugar de dar trabajo a los desempleados, y los políticos pueden promover proyectos que no son necesariamente los más productivos, solo porque se dan en zonas claves para ellos.
En cuanto a los rescates y subsidios a empresas, desde el punto de vista de los hayekianos, lo único que han generado ha sido mantener en el mercado a las empresas no sostenibles, por lo que la economía no saldría de la crisis mientras que estas continúen a flote. Además, este podría ser uno de los motivos por el cual dichas inyecciones de dinero no han brindado resultados, ya que los negocios que han recibido estos fondos no los han utilizado de manera correcta (la misma entrega de fondos del Estado, que ellos no se han esforzado por ganar, es un incentivo para que los desperdicien).
Una muestra de la ineficiencia de las medidas keynesianas para superar la crisis es que las tasas de interés estén cercanas al 0% y que el Gobierno estadounidense casi haya llegado a incumplir el pago de su deuda. Ante ello, las autoridades de EE.UU. deberían cambiar su perspectiva respecto a qué medidas tomar para superar la crisis. Por ello, si se aplicara la teoría de Hayek, la cual sostiene una menor intervención estatal con la finalidad de que el mercado se arregle solo, una medida acorde con este pensamiento sería la reducción del déficit fiscal para revertir la situación vivida en la primera potencia mundial. De este modo, podrían mejorar las expectativas de los agentes en la economía, lo cual llevaría a que se reinviertan los fondos que actualmente poseen. En ese sentido, si bien puede resultar temporalmente impopular, el Gobierno estadounidense debería inclinarse más hacia la teoría de este economista. De lo contrario, solo se seguirá postergando el inevitable ajuste y una futura factura de mayores impuestos (para cubrir el actual gasto y la deuda) e inflación.

CHINA SACA A RELUCIR LAS DEBILIDADES DE AMÉRICA LATINA


La economía de los países latinoamericanos ha tenido un desempeño exitoso en los últimos años y todo indica que se mantendrá sólida en los próximos ejercicios. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que el Producto Interior Bruto (PIB) de la región crecerá 4,5% en 2011 y 4% en 2012, después de haber avanzado 6,1% en 2010. La región se ha visto especialmente favorecida por la fuerte demanda de materias primas de economías en vías de desarrollo cuya actividad se ha mantenido muy fuerte a pesar de la crisis que están atravesando las economías más desarrolladas del planeta, especialmente Estados Unidos y Europa.
El mejor ejemplo de ello puede ser China, que con su fuerte demanda de commodities se ha convertido en los últimos años en un importante motor del crecimiento económico para la región. Su impulso ha sido como un flotador para algunos países en medio de un entorno económico internacional muy desfavorable, de la caída de los precios de los productos básicos y con restricciones en el acceso a créditos y liquidez.
China se ha transformado en el principal socio comercial de Brasil y Chile y ya es el segundo de Perú y Argentina, según el Banco Interamericano de Desarrollo. Las cifras son realmente espectaculares: las importaciones chinas de productos latinoamericanos subieron el 1,153% entre 2000 y 2010, mientras que las exportaciones lo hicieron en 1,800%.
Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en los últimos diez años China ha pasado de acaparar el 1% de las exportaciones de la región al 7%, y este organismo estima que si se mantiene el actual ritmo de crecimiento de la demanda de productos en los Estados Unidos, la Unión Europea y el resto del mundo y la demanda de China crece solo a la mitad del ritmo registrado en esta década, este país superaría a la Unión Europea en 2014 y pasaría a ser el segundo mayor mercado para las exportaciones de la región.
El Banco Mundial reconoce en su informe titulado ‘Crecimiento a largo plazo de América Latina y el Caribe ¿Hecho en China?’, publicado el pasado mes de septiembre, que el robusto crecimiento observado en la región los últimos diez años es un reflejo importante de la conexión con China. Sin embargo, este organismo se pregunta si la relación con este país asiático, altamente dependiente de la abundancia de recursos naturales de Sudamérica, puede ser capitalizada de modo tal que permita a la región ingresar a un proceso sostenido de convergencia hacia los estándares de vida de los países desarrollados.

Beneficios y perjuicios. “En estos momentos Latinoamérica se está beneficiando del despegue y el fuerte ritmo de crecimiento de China, ya que este país compra a la región una gran cantidad de materias primas que necesita. A corto plazo esto está bien, pero a largo plazo no tanto porque la situación está creando una fuerte dependencia de los países suramericanos con China”, comenta Jaume Giné Davi, profesor de la Facultad de Derecho de la escuela de negocios Esade especializado en negocios en Asia.
“Ahora mismo se puede decir que son economías complementarias porque una produce las materias primas que la otra necesita. Pero sus relaciones comerciales son asimétricas”, advierte. “China compra materias primas y tierras para abastecerse, pero al mismo tiempo inunda los mercados latinoamericanos de sus productos baratos manufacturados con los que no pueden competir la industria de la región, que se ve fuertemente dañada”, argumenta. Considera que es a largo plazo donde podrían venir los problemas si China se desacelera y reduce su demanda de materias primas: “los países latinos sufrirían”.
Para Mauro Guillén, director del Lauder Institute, The Wharton School,“ en lo que se refiere a China, hay dos Américas Latinas. Considera que “México y Centroamérica salen perjudicadas en su relación comercial porque exportan productos que compiten con los chinos”. Por el contrario, cree que “América del Sur sale beneficiada por las exportaciones de recursos naturales”. Para este último grupo, prevé que China va a ser su principal socio comercial muy pronto”. En cualquier caso, opina que se trata de “una relación desigual, como todas la que ha tenido América Latina históricamente”.
El Banco Mundial observa que hasta ahora no hay evidencia concreta de que esta conexión haya traído consigo difusión tecnológica y un efecto derrame de conocimiento, tampoco parece haber evidencia de que la inversión directa proveniente de China traiga consigo crecimiento. “El meollo del asunto es que los vínculos comerciales existentes con China por sí solos (que no vienen acompañados por, o conllevan a la formación de capital humano, inversiones en innovación, adopción y adaptación de tecnologías, y aprendizaje acumulado) probablemente no generen crecimiento sostenido en la productividad, y más aún cuando la expansión en los ingresos por exportaciones recae solamente en los precios altos de las materias primas”, advierte la institución internacional

A vueltas con la inversión directa. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Hong Lei, ha defendido recientemente la posición de su país en América Latina y ha rechazado las críticas recibidas por el Banco Mundial. “La inversión directa no financiera de China en 2010 en América Latina fue de US$11.000 millones, en áreas que van desde energía o minería hasta manufacturas, infraestructura y agricultura, entre otros', aseguró en una rueda de prensa ante los medios de comunicación del país.
Según China, esta inversión ha fortalecido la economía latinoamericana y el desarrollo social, pero según los datos del Banco Mundial, la inversión directa china en la región entre 2003 y 2009 fue de US$4.000 millones anuales, una cuantía que considera “modesta” comparada con la que realizaron EE.UU. y Holanda en 2010, que ascendieron a US$19.000 y US$14.700 millones, respectivamente, según datos de Cepal.
Rafael Pampillón, profesor de Economía de IE Business School, en Madrid, cree que “la inversión directa siempre es buena, venga de donde venga,” para en este caso una determina región “porque genera producción”. También se muestra positivo respecto al intercambio de productos de Latinoamérica con China al considerar que “las relaciones comerciales siempre son beneficiosas porque mejoran la situación económica” de los que las realizan. “Exportar materia prima supone conseguir dinero, es decir, financiación para poder comprar luego en el exterior lo que tú no produces”, argumenta.

Excesiva dependencia de las exportaciones. El FMI presentó el pasado 5 de octubre el informe ‘Las Américas: vientos cambiantes, nuevos desafíos de la política’. En él se exponía de forma clara uno de los mayores desafíos que debe afrontar la región en los próximos años, derivado de su atadura a las ventas de materias primas en general y de China en particular. Este estudio resaltaba la fuerte dependencia de las exportaciones que tienen los países de la región, de hecho, destaca cómo en algunas naciones suponen el 10% de su PIB. El organismo advierte de que si bien esta zona se ha visto poco afectada por la recesión mundial, la reducción en las expectativas de crecimiento de China y la extensión en el tiempo de la crisis en los países más ricos del planeta pueden hacer que la senda de crecimiento basada en las exportaciones de materias primas seguida hasta ahora se vea truncada.
Pampillón considera que las economías Latinoamericanas deben aprovecharse en estos momentos del viento a favor que les llega desde China, pero con cuidado para no llegar a padecer lo que se ha dado en llamar “la maldición de las materias primas” o el “mal holandés”. Es decir, tienen que evitar que la fuerte entrada de divisas en el país como consecuencia del fuerte desarrollo de sus exportaciones provoque una revalorización muy fuerte en sus monedas locales que ponga en peligro la competitividad externa del resto de los bienes y servicios que venden al exterior.
Giné Davi cree que ante esta situación, los países de Suramérica tienen que diversificar las exportaciones, tanto en los productos como en los países a los que van dirigidos, para intentar mitigar el posible impacto de una futura desaceleración de la economía China y por lo tanto de una bajada de demanda de materias primas. “En estos momentos creo que los países no está siguiendo este camino y se están acomodando a la situación actual. Presumen de crecimientos elevados en comparación con Estados Unidos y Europa, especialmente los gobernantes, que están distraídos por el corto plazo económico porque crecer con la venta de materias primas sin elaborar es ahora el camino más fácil”, opina.
Este profesor de Esade considera que los países latinoamericanos tienen que mantener en la medida de lo posible el tejido industrial del que dispongan para estar preparados ante la posible llegada, en un futuro, de empresas extranjeras que quieran asentarse en la región. Esto se debe a que "si, a largo plazo, las producciones chinas se desaceleran y su economía baja su ritmo de crecimiento, prestarán más atención a su mercado interno. En este contexto, las empresas extranjeras situadas en el país asiático obtendrán menos beneficios fiscales, subirán los costes laborales y es posibles que las empresas que se dirigieron a China para producir más barato vuelvan a sus lugares de destino o a países como los latinoamericanos”, prevé.
En la misma línea, Pampillón ve vital que los países latinos se esfuercen por crecer al margen de las materias primas. “A largo plazo deben organizar sus economías para lograr ganar fuerza en áreas vitales como la formación de capital humano, la innovación, la mejora de la tecnología, su adopción y adaptación, con el objetivo de poder crear una red industrial capaz de generar muchos productos elaborados de la forma más eficiente posible. Al fin y al cabo, los países más ricos son los más industrializados”, mantiene.
Este profesor dela IE Business School cree que los dirigentes suramericanos tienen ante si un importante reto en los próximos años: “Los gobernantes deben saber crear e impulsar una serie de factores claves para la economía y que den un valor añadido a sus productos, como la mejora de los niveles de capital humano, las infraestructura y la capacidad innovadora. Y todo ello sin generar un intervencionismo excesivo que sea contraproducente”.
¿Es ese el camino que los políticos están siguiendo? Pampillón no se atreve a dar una respuesta. “No sé si realmente van en esa dirección, lo que parece muy claro es que son perfectamente conscientes de que esa es la dirección que deben tomar, pero es demasiado cómodo vivir de una materia prima y a veces no es fácil desligarse de ello”, concluye.