martes, 19 de enero de 2010

LA CRISIS DE LA PETROLERA PDVSA ANTICIPA LA BANCARROTA DE VENEZUELA


La joya de la corona del chavismo está al borde del abismo, endeudada hasta las cejas, emitiendo frenéticamente bonos y castigada con un descenso histórico de producción e ingresos. Si PDVSA quiebra, Venezuela vendrá detrás.
Por: Fernando Díaz Villanueva

Toda la Revolución Bolivariana apadrinada por el presidente Hugo Chávez depende de un solo producto: el petróleo; y de la empresa estatal que lo extrae y exporta: Petróleos de Venezuela (PDVSA) Sobre el maná de dólares que le reportaba el oro negro iba a construirse el Socialismo del Siglo XXI y la América del ALBA que acabase con la hegemonía yanqui en Hispanoamérica.
Al final, la pésima gestión gubernamental de la empresa, la caída de la demanda mundial de petróleo y la nula confianza que un país como Venezuela inspira en los inversores han llevado a la otrora poderosa PDVSA al borde mismo de la bancarrota.

Menos ingresos más gastos
Los números no dan pie a muchas interpretaciones. Los ingresos se han desplomado un 52% en el primer semestre de 2009 debido a la contracción de la demanda, especialmente la norteamericana, y al incremento de gastos que ha tenido que enfrentar la petrolera tras la nacionalización en mayo de 60 empresas de servicios petroleros, cuyos 8.000 empleados han pasado a engrosar la nómina de PDVSA.
Chávez, que expropió estas empresas en lo que denominó un “acto histórico de soberanía”, posee ya el control de la práctica totalidad de la industria petrolera venezolana, desde la extracción a la comercialización pasando por el transporte y el mantenimiento. Un mamotreto semejante y gestionado por los hombres del presidente, buenos súbditos pero malos empresarios, ha terminado por hacer aguas y comerse los jugosos y supuestamente inagotables réditos del petróleo.
La banca ha tenido que poner sobre la mesa 2.000 millones de dólares para pagar nóminas que, muy probablemente, no recuperará. Los impagos son la tónica dominante en PDVSA. No se paga a los contratistas, ni a los proveedores ni, naturalmente, a los bancos. Lo poco que va quedando de empresa privada en Venezuela teme al presidente y a su avidez expropiadora.
En el Palacio de Miraflores no parecen haber entendido la crisis terminal a la que se enfrentan y siguen gastando a manos llenas y regalando el dinero. Sólo en importaciones Venezuela gasta 40.000 millones de dólares anuales, que hoy son casi los ingresos petroleros del país. Habría que sumarle los intereses de la deuda y el gasto desaforado en mantener bien surtidos de fondos a los Gobiernos amigos de Bolivia, Ecuador y Cuba.

PDVSA ha destinado unos 30.000 millones de dólares a los países clientes y a organizaciones prochavistas de todo el mundo. Y eso sólo para comprar voluntades en el exterior. Dentro de Venezuela la economía va adquiriendo los patrones de ineficiencia y corrupción de las economías socialistas.
Los dispendios sociales crecen, pero no la producción del país, cada vez más estatalizada y sometida a los caprichos del caudillo bolivariano. Sólo en Defensa el gasto ha aumentado un 30%, que bien sirve para alimentar la paranoia oficial sobre la inminente guerra contra Colombia y los Estados Unidos. El Banco Central de Venezuela ha calculado el incremento de gasto público y lo ha cifrado en un aumento del 837% entre 1999 y 2007. Durante los años buenos ese gasto pudo ser amortiguado por la riada de petrodólares que inundó el país, ahora, con las vacas flacas, el sistema corre peligro de colapsar.

Los inversores desconfían
Los inversores le han dado la espalda al régimen porque no se fían de él. Unos porque hacer negocios en Venezuela constituye un riesgo considerable, otros porque el dictador no paga o lo hace tarde, mal y nunca. Las reservas de la Franja del Orinoco, que eran la gran esperanza de Chávez para remontar el vuelo, no terminan de ponerse a funcionar. Sólo se han firmado dos acuerdos, con la china CNPC y con la india ONGC. El resto de permisos siguen pendientes, embrollados en la laberíntica y arbitraria burocracia venezolana.
Estados Unidos, principal cliente del petróleo venezolano desde siempre, se ha buscado alternativas. Han reducido las importaciones de crudo venezolano a la mitad. El Banco Mundial ha hecho público que tan sólo un 9,6% del petróleo importado por los EEUU viene de Venezuela, cuando hace 10 años era el 17%.
Los vilipendiados yanquis han encontrado proveedores más confiables, como la brasileña Petrobras o la mexicana Pemex. Pero, paradójicamente, Venezuela es cada vez más dependiente del mercado estadounidense, no obstante, el porcentaje de la producción venezolana que se vende en Estados Unidos es del 74%, el nivel más alto en los últimos años.
La economía de Venezuela, tal y como está concebida, es insostenible en el corto plazo. Si el petróleo se mantiene por debajo de los 100 dólares/barril Chávez lo tiene muy difícil para cuadrar unas cuentas ruinosas que cada vez se parecen más a las del Gran Capitán. Y la quiebra del modelo petrolero traería aparejada, inevitablemente, el colapso de su revolución bolivariana.

LA FED Y LA CRISIS: UNA RESPUESTA A BEN BERNANKE


Por: John Taylor

El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, pasó la mayor parte de su discurso a la Asociación Económica Estadounidense el 3 de enero respondiendo a la crítica de si una política monetaria relajada entre 2002 y 2005 contribuyó a un auge inmobiliario, una excesiva toma de riesgo y, en consecuencia, a la crisis financiera.
Muchos han expresado la opinión de que la política monetaria fue demasiado relajada durante este período. Estos incluyen columnistas editoriales en The Wall Street Journal, ex funcionarios de la Fed como Timothy Geithner (actualmente el secretario del Departamento del Tesoro) y académicos como el analista de ciclos de negocios Robert J. Gordon, de la Universidad de Northwestern. Bernanke, sin embargo, se enfocó la mayor del tiempo en mi investigación, especialmente en un referente monetario bien conocido llamado la regla de Taylor.
Esta regla estipula que los bancos centrales aumenten las tasas de interés en cierto grado cuando la inflación sube y bajen las bajen cuando la economía entra en recesión. Mi crítica, la cual presenté en la conferencia anual de banqueros centrales en Jackson Hole, estado de Wyoming, a mediados de 2007, se basa en la simple observación de que la meta para la tasa de fondos federales de la Fed estaba muy por debajo de lo que la regla Taylor indicaba para 2002.2005. Según esta medida, la tasa de interés fue demasiado baja por demasiado tiempo, lo que redujo los costos de obtención de préstamos y aceleró el boom de la vivienda. La desviación de la regla de Taylor, que había caracterizado una buena política monetaria durante las dos décadas previas, fue la mayor desde la turbulenta década del 70.
En el discurso, la principal respuesta de Bernanke a la crítica fue proponer alternativas a la regla de Taylor estándar, y luego usar las alternativas para racionalizar la política de la Fed entre 2002 y 2005.
En una alternativa, que aborda lo que él describe como su "preocupación más significativa acerca del uso de la regla de Taylor estándar", puso las proyecciones de inflación futura de la Fed en la regla de Taylor en lugar de la inflación medida realmente. Debido a que las previsiones de inflación de la Fed eran menores que la inflación durante este período, esta alternativa obviamente genera una meta de tasa de interés más baja y parece justificar las decisiones tomadas por la Fed en ese momento.
Hay varios problemas con este procedimiento. En primer lugar, las proyecciones de inflación de la Fed eran demasiado bajas. La inflación aumentó en lugar de bajar entre 2002 y 2005. Segundo, como lo demostraron los economistas Athanasios Orphanides y Volker Wieland, quienes formaron parte del personal de la junta de la Fed, si se usa el promedio de proyecciones de inflación del sector privado en vez de las previsiones de la Fed, la tasa de interés de todas formas habría sido considerada demasiado baja por demasiado tiempo.
En tercer lugar, Bernanke no cita ninguna evidencia empírica de que su alternativa a la regla de Taylor mejore el desempeño del banco central. Menciona que las proyecciones evitan sobrerreaccionar a fluctuaciones temporales en la inflación, pero también lo hace el simplemente promediar índices de precios amplios como en la regla de Taylor. De hecho, su alternativa no está bien definida porque uno no sabe cuál proyección usar. Además, la respuesta apropiada para un aumento en la inflación real sería diferente a la respuesta adecuada para un aumento en la inflación proyectada.
Hay otros puntos cuestionables. El discurso de Bernanke plantea dudas sobre la regla de Taylor mostrando que otra versión de ésta habría exigido tasas de interés muy altas en los primeros meses de 2008. Pero usando la regla de Taylor estándar, con el índice de precios del Producto Interno Bruto como la medición de la inflación, las tasas de interés no serían tan altas, como testifiqué ante el Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes en febrero de 2008.
Bernanke también sostuvo que la evidencia internacional no muestra una relación estadística significativa entre las desviaciones en la política de la regla de Taylor y los auges de la vivienda. El discurso, no obstante, no menciona que la investigación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico en marzo de 2008 halló una relación estadística significativa.
Bernanke afirmó que "los economistas que han investigado la cuestión en general han hallado que, basado en relaciones históricas, sólo una pequeña porción del alza en los precios de la vivienda este década puede ser atribuida a la postura de la política monetaria estadounidense". Sin embargo, dos de los economistas que cita —Frank Smets, director de investigación del Banco Central Europeo, y su colega Marek Jarocinski— escribieron en la edición de julio/agosto de St. Louis Fed Review que "la evidencia de que la política monetaria tiene efectos significativos sobre la inversión inmobiliaria y los precios de las viviendas y que una política monetaria relajada diseñada para prevenir una deflación entre 2002 y 2004 ha contribuido al boom en el mercado de la vivienda en 2004 y 2005".
Estos argumentos técnicos son importantes, pero uno no debería dejar de ver el panorama completo por enfocarse en los detalles. No hace falta acudir a la regla de Taylor para ver que la política monetaria fue demasiado relajada. La tasa de interés real durante este período estuvo persistentemente por debajo de cero, de tal modo que se subsidiaba a los deudores. Thomas Hoenig, presidente del Banco de la Reserva Federal de Kansas City, señaló en un discurso el 7 de enero que durante la última década "la tasa de interés real —la tasa de interés nominal ajustada a la inflación—se mantuvo a niveles negativos aproximadamente 40% del tiempo. La última vez que ocurrió esto fue durante los años 70, que precedió a una era de turbulencia".
La inflación subía, aun excluyendo los grandes avances en los precios de las viviendas. No obstante, incluso cuando la inflación es baja, el daño de la política monetaria de auge y caída puede ser severo como recalcó Milton Friedman en su fuerte crítica de la Fed en los años 50 y 60. Alejándose un poco de la pelea, un observador objetivo de toda esta evidencia tendría que al menos reconocer la posibilidad de que la política monetaria fue demasiado relajada y un posible contribuidor a la crisis.
No reconocer la posibilidad genera preocupaciones. Una es que si una desviación tan grande de la política estándar no es racionalizada, podría volver a suceder. De hecho, algunos analistas ahora se preocupan de que la Fed mantenga las tasas de interés demasiado bajas por demasiado tiempo, pudiendo causar otro auge y caída y una menor expansión.
Otra preocupación es que, en lugar de tratar de ser cuidadoso y evitar causar burbujas, la Fed intentará inflarlas con tasas de interés. De hecho, una de las frases del discurso de Bernanke que más citan los observadores de la Fed es que "debemos seguir abiertos al uso de la política monetaria como una herramienta suplementaria para abordar esos riesgos". Tenemos una capacidad muy limitada de ajustar la política monetaria de una manera tan intervencionista.
Por último, existe una preocupación de que la línea de análisis del discurso de Bernanke pone todo el peso de la prevención de burbujas futuras sobre nuevas regulaciones. Es claro que la Fed pasó por alto riesgos excesivos dentro y fuera de los balances de los bancos que supervisa y regula. La política necesita ser corregida. Sin embargo, no hay que hacerse ilusiones de que ciertas regulaciones prudenciales nuevas y sin probar para controlar el riesgo sistémico prevendrá burbujas.
Aunque no estoy de acuerdo con el análisis de Bernanke, es una buena noticia que la Junta de la Reserva Federal haya empezado a examinar sus políticas y a publicar sus hallazgos. Esto ayudará a mantener informada a la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera, que dentro de poco empezará a llevar a cabo audiencias sobre las causas de la crisis financiera y económica. Mientras tanto, espero que la Junta de la Reserva Federal continúe con esta nueva política de autoexamen y evalúe de forma transparente todas sus recientes medidas relacionadas a la crisis, desde el rescate de AIG hasta el programa de compra de valores respaldados por hipotecas.

Taylor es profesor de economía de la Universidad de Stanford y un académico del Instituto Hoover.

RÉQUIEM POR EL DÓLAR


Tras un dominio glorioso, ¿se ha convertido la moneda verde en el General Motors de las divisas, la víctima de una mala gestión?
Por: James Grant

Ben S. Bernanke no sabe la suerte que tiene. Las críticas implacables de políticos son una cosa. Pero la soga de un verdugo, otra muy distinta.
La sección 19 de la primera legislación monetaria de Estados Unidos, la ley Coinage de 1792, establecía la pena de muerte para todo funcionario que devaluara fraudulentamente el dinero de la gente. ¿Fue la frenética impresión de billetes verdes para rescatar a Wall Street el año pasado una especie de estafa? Si el Senado de EE.UU. determina que así fue, Bernanke podría verse obligado a volver a casa a Princeton. Pero ni siquiera Ron Paul, el republicano texano detrás de la solicitud de un proyecto de ley para someter a la Reserva Federal de EE.UU. a periódicas auditorías del Congreso, ha pedido la cabeza del presidente de la Fed.
Sin embargo, me pregunto, cuánto habremos evolucionado en estos 200 asombrosos años. En reconocimiento del mérito de la modernidad, el dólar marcó un hito global. No hay un ejemplar más exitoso en la historia del dinero que la icónica moneda verde de EE.UU. Pese a carecer de valor intrínseco y colateral, el dólar pasa de mano en mano por todo el mundo. Más de la mitad de los US$923.000 millones en circulación está en los bolsillos de extranjeros.
En la antigüedad, el "solidus" no conocía fronteras. Pero era algo tangible, una moneda de oro acuñada por el Imperio Bizantino. Desde la Batalla de Waterloo, en 1815, a la Gran Depresión de los años 30, la libra esterlina llevó la voz cantante. Pero podía convertirse a oro: uno pasaba los billetes por la ventanilla y el Banco de Inglaterra le devolvía el valor equivalente en lingotes del metal precioso. El dólar se basa en la fe. No hay nada que lo respalde salvo el Congreso de EE.UU.
Crisis de confianza
Pero ahora el mundo está perdiendo la fe. No es que el dólar esté sobrevaluado: economistas de Deutsche Bank estiman que está 20% demasiado barato frente al euro. El problema está en la gestión. La moneda verde es una vieja marca gloriosa que se parece cada vez más a General Motors.
Uno se lleva la impresión de que Bernanke no alcanza a entender lo delicado de la situación. No comprende que el dólar de puro papel es una invención de apenas 38 años, en realidad, prácticamente nueva. De hecho, historiadores y matemáticos están de acuerdo en que desaparecerá. Las monedas de papel son un derroche de recursos. Con el tiempo, pierden todo su valor. Una inflación persistente incrementa la presión que enfrenta en el curso de medio siglo. Antes de que se dé cuenta, el billete que tiene en su billetera no le permitirá comprar ni un paquete de chicles.
Durante gran parte de la historia de EE.UU., el dólar podía cambiarse por oro y plata. Por muchos años, la tasa de cambio era de una onza de oro (28,35 gramos) por US$20,67. Tras la devaluación de Roosevelt, la tasa de cambio pasó a una onza de oro por US$35. Después de 1933, sólo los gobiernos extranjeros y los bancos centrales tenían el privilegio de cambiar los billetes que no querían por oro. Sin embargo, para fines de 1960, algunos de los tenedores internacionales de dólares, especialmente Francia, empezaron a exigir oro. El presidente Richard Nixon terminó con ese problema en agosto de 1971 cuando suspendió todo el sistema de conversiones. Desde entonces, el dólar en sí ha sido un pagaré sin valor.
Para entender un poco mejor el aprieto en el que nos encontramos, podría ser útil comprender el sistema que dejamos atrás. El estándar de oro constituía una máquina bien aceitada. El metal se movía literalmente y con eso mantenía bajo control lo que hoy conocemos eufemísticamente como "desequilibrios". Digamos que cierto país norteamericano estaba incurriendo en un persistente déficit comercial. Bajo el sistema monetario que no tenemos, y por cuya recuperación sólo unos pocos abogan, el país deudor no le entregaría a sus acreedores pequeños pedazos de papel fácilmente duplicables, sino lingotes de oro macizo. El oro era dinero (aún hoy es dinero) y cualquier pérdida desataría una serie de dolorosos pero necesarios ajustes en el país con el déficit. Las tasas de interés subirían, el crédito se congelaría y sus exportaciones aumentarían en detrimento de sus importaciones. Al final, el país deficitario sería puesto en una especie de nivel competitivo. El oro volvería a entrar. En cambio hoy, los dólares se amontonan en las bóvedas de los acreedores asiáticos de EE.UU. No hay mecanismo de ajuste, sólo reproches.
En 1971, los últimos resquicios que quedaban del estándar de oro fueron eliminados. Un paso acertado según algunos economistas, quienes argumentan que su supervivencia habría prolongado la Gran Depresión. Probablemente también habría empeorado nuestra Gran Recesión. En este contexto, el método de Bernanke de multiplicar el dinero sería la solución, pero esto supone una fuente en sí de problemas. El mismo método de Bernanke fue una de las causas de la reciente crisis. Atado a la disciplina impuesta por una moneda convertible, el país se habría visto obligado a atravesar el desagradable proceso descrito en los párrafos anteriores para curar su déficit comercial. Pero (y ahora estoy especulando), ese proceso de corrección habría salvado al país de sufrir una experiencia (financiera) cercana a la muerte. Bajo un estándar de oro apropiado, EE.UU. no podría haberse endeudado hasta la coronilla.
Economía en equilibrio
Un adecuado estándar de oro facilita el balance en los asuntos financieros y comerciales de las naciones participantes. El sistema de papel promueve y perpetúa los desequilibrios. En ningún momento desde 1976 EE.UU. ha consumido menos de lo que produce (tal como lo mide la balanza de comercio internacional). Es un déficit de 32 años que sigue avanzando.
¿Por qué ha persistido tanto tiempo esta diferencia? Porque EE.UU. es el único autorizado a pagar sus cuentas con la moneda que sólo él mismo puede imprimir legalmente. La envía a los bancos centrales de sus acreedores asiáticos. Y éstos, obedientemente, vuelven a invertir estos dólares en valores estadounidenses. Es como si el dinero nunca se hubiera ido.
Sin embargo, hay un problema. Los bancos centrales de Asia no adquieren sus dólares con nada. Los compran con la moneda local que ellos mismos imprimen. Parte de este dinero lo logran esconder bajo la alfombra, o "esterilizar", pero otra parte entra al flujo local de pagos, donde alimenta los alborotados mercados alcistas del continente.
Un economista monetario de Marte se rascaría su puntiaguda cabeza ante nuestros arreglos monetarios del siglo XXI. ¿Qué es el dólar?, preguntaría. Pero no recibiría respuesta alguna. El marciano no podría descubrirlo porque los terrícolas no lo saben. El valor del dólar no está definido. Su relación a otras divisas es igualmente contingente. Algunas tasas de cambio flotan, otras se hunden y otras están atadas a la moneda verde. Desalentado, el alienígena se devolvería a su planeta.
Tampoco los fantasmas de las finanzas sabrían qué hacer si de repente regresaran de donde están pasando su eternidad. Alguien tendría que contarle a Alexander Hamilton que su sistema de monedas ha pasado a la historia. Probablemente habría que explicarle varias veces que el Congreso ya no acuña el dinero y tampoco regula su valor. En su lugar, delega esta función a Bernanke, un destacado estudiante de la Gran Depresión que cree que la cura para el exceso de deuda es imprimir más dinero.
En conclusión, el marciano se quedaría perplejo y nuestros antepasados, angustiados. ¿Y qué pasa con el resto de los seres vivientes? Nosotros tampoco estamos satisfechos. Pero al menos, al estar vivos podemos hacer algo para cambiar las cosas. Lo correcto, en mi opinión, sería rescatar la red de seguridad del dinero y las finanzas. Colateralizar el dólar para que se pudiera cambiar por algo con valor genuino. Habría que sacar a la Fed del negocio de fijación de precios y sustituir a Ben Bernanke. Una última recomendación: habría que volver a los estatutos de la sección 19 de la Ley Coinage de 1792 y sustituir la pena de muerte por la cadena perpetua. Después de todo, estamos en el siglo XXI.

domingo, 17 de enero de 2010

LAS MARCAS MÁS VALIOSAS DEL 2009


La consultora de marcas, Interbrand, con la revista Business Week, nos dan su último ranking de las marcas más valiosas, con la marca de bebidas, Coca Cola, sigue en el primer puesto.
Para su evaluación, estiman el valor de los ingresos futuros que esperan que las marcas generen. También estiman el impacto que la marca tiene en las decisiones del consumidor, en el momento de compra. Finalmente, estiman el poder de la marca sobre los consumidores, que indica la fuerte retención que esta mantendrá a lo largo del tiempo.
Como es de esperar por el entorno actual, muchas de las marcas han visto bajadas en su valor, especialmente las de los sectores más golpeados por las dificultades económicas, las financieras y los fabricantes de automóviles.
No obstante, muchas marcas han seguido subiendo en valor y alguna ha subido mucho. El valor de la marca Google, por ejemplo, ha subido 25% desde el año pasado.

CHINA PRESIONA AL FMI POR UNA MONEDA GLOBAL


El desorden financiero se hace cada día más evidente. Por eso no es extraño que China reitere al FMI la necesidad de una mundial que evite la enfermiza volatilidad del dólar. Cuando se adoptó la opción de Bretton Woods en 1944 se estableció una paridad fija: un dólar = 35 onzas de oro; paridad que se rompió a partir de 1971 cuando el dólar y el oro quedan a la deriva y a merced de un mercado inclemente. El reclamo de China tiene sentido: sus reservas han perdido más del 10% anual en los últimos diez años. Sin contar los intereses.
Para que se entienda un poco el problema imagine que Usted presta un millón de euros y al año le saldan la deuda con un 10% menos. Es lo que le ha ocurrido no sólo a China sino a todos los países que han prestado dinero a Estados Unidos. Y Estados Unidos, el país más rico del mundo, ha necesitado que le presten diariamente la suma de 2.000 millones de dólares diarios, sólo durante los últimos 20 años. Muchos países, en vez de levantar hospitales, construir escuelas o sacar a su pueblo de la pobreza, le ha prestado plata a Estados Unidos para aumentar su seguridad. Los países del llamado tercer mundo tienen un tercio de las reservas internacionales en dólares, y una quinta parte de los Bonos del Tesoro de EEUU. La razón: asegurar el futuro. Es probable que en verdad lo hayan dilapidado. De ahí el reclamo de China.

A partir de la crisis asiática (1997) se originó un importante vuelco en el movimiento de las reservas internacionales. Y mientras China producía y Estados Unidos consumía, los países del sudeste asiático y de América Latina comenzaron un intensivo acopio de dólares. La crisis asiática y la caída del Baht en Tailandia fue producto de la disminuida cantidad de reservas en dólares. Un dolor a no repetir pues recomponer reservas a través del FMI fue un parto lento y doloroso. Si la regla indicaba que era sabio tener en reservas el equivalente a cuatro meses de importaciones, lo ampliaron a ocho meses, para asegurarse y así no tener que pedir al FMI con sus altísimos intereses. Estados Unidos, el dueño de la divisa, no requería de ahorros y así los fue disminuyendo paulatinamente hasta cero. No sólo no ahorraba, sino que gastaba el doble de lo que producía.
La tentación de ser el país dueño de la moneda de reserva es muy grande. Sólo hay que gastar, es decir, convertirse en importador. Por esta razón ni China ni Europa aceptan el desafío de gestionar la moneda de reserva: quieren exportar, vender y no endeudarse. Por ello que hay unanimidad en que la nueva moneda internacional no debe estar asociada a ningún país y debe ser completamente independiente. El problema es cómo hacer el tránsito hacia la nueva divisa sin provocar un colapso. En principio se piensa en los DEG (Derechos Especiales de Giro), la moneda artificial que tiene el FMI y que nunca ha sido empleada por imperar siempre el reduccionismo del mercado impuesto por el dólar. Tras la actual debacle, los DEG parecen tener el mundo a sus anchas. El préstamo de los países BRIC al FMI va en esa dirección.

HILDEBRANDT Y PORTER


ESTUPEFACTOS

Por Cesar Hildebrant

El evento lo organizaron la Universidad del Pacífico e Interbank y concluyó el pasado lunes.
Se llamó “Seminario Internacional: Claves de una Estrategia Competitiva”.
Concurrieron todos los capitanes de empresa, los almirantes de las finanzas, los cabos sueltos del comercio y los funcionarios públicos con algo que decir en este país que administra Alan García.
La estrella indiscutida fue Michael Porter, considerado por un amplio sector de la prensa internacional como el más reconocido especialista en competitividad de las economías globalizadas.
El diario “Gestión”, por ejemplo, lo presentó así: “el gurú mundial sobre estrategia y competitividad”.Porter, profesor fulgurante del Harvard Business School y autor de 16 libros, vino a ponerle nota al modelo Fujimori-Toledo-García.
Las llamadas “fuerzas vivas” fueron a escuchar a esta mente brillante, que ha asesorado a empresas como Dupont y Procter and Gamble y cuyo libro “The Competitive Advantage of Nations”, publicado en 1990, se convirtió en referente de todo análisis serio que se hiciera en torno a lo que puede hacer fuerte a un país en una economía sin fronteras aparentes como la actual.
¿Y qué le dijo al empresariado peruano Michael Porter?
Pues le dijo varias cosas (y acudo a la crónica que sobre esa noche memorable hiciera para “Gestión” Alfredo Prado):

La primera es que el Perú carece de una política de largo plazo en materia de competitividad.
La segunda es que la economía peruana no tiene un rumbo definido.
La tercera es que el crecimiento económico del Perú –hecho que la estadística confirma- no se ha reflejado en beneficio de la mayoría de la población.
La cuarta es que el Perú ha vivido estos años “una ilusión exportadora” porque las cifras en azul proceden del alza de las materias primas, mientras que nuestra exportación de productos con valor agregado permanece inmóvil.
La quinta es que el Perú padece de un atraso dramático en relación a la invención y la tecnología. “El Perú -apuntó- no sólo no ha avanzado en este rubro: parece haber retrocedido”.
La sexta es que la mayor parte de la inversión extranjera “no viene a crear nuevas empresas sino para comprar negocios ya existentes”. Y añadió, con espantosa exactitud, lo siguiente: “Cuando un inversionista piensa en una nueva fábrica no piensa en el Perú”.
La séptima es que, a largo plazo, las dificultades del Perú tendrán que ver con la baja productividad, la pésima educación, el deficiente sistema de salud, las debilidades en infraestructura física, la desigualdad social, la aplastante corrupción y el alto nivel de informalidad.
La octava es que los éxitos peruanos de los últimos años pueden irse al demonio sino limpiamos el sistema judicial, sino defendemos los derechos de propiedad y si no fumigamos y reordenamos la disuasiva burocracia creada para entorpecer.

¿Dijo algo más el señor Michael Porter?
Sí. Dijo también que el TLC con China tiene tal grado de asimetría que corremos el riesgo de quedarnos congelados como abastecedores de materias primas, que es como los chinos nos ven también en el futuro.
Dijo todo eso y a las pocas horas regresó a su cátedra de Administración de Negocios en Harvard.
Los empresarios peruanos quedaron estupefactos.
Esta vez la verdad no venía de un ideólogo adversario ni de un Premio Nobel que juega al caviaraje para lavar culpas. Venía de aquella lumbrera internacional que alguna vez escribió “Técnicas para analizar industrias y competidores”, un libro que ha sido 53 veces reeditado y que está traducido a 17 idiomas.
Estupefactos. Esa es la palabra. La farsa la había descubierto, sin dificultad, un especialista de los Estados Unidos.
¿Se atreverá la Caverna a refutarlo?
Por lo pronto, ha guardado un delicioso silencio.
Mercedes Aráoz, azafata de LAN Chile en sus sueños más dorados, no ha dicho una palabra. Los columnistas políglotas del borbonismo limeño se han callado en todos los idiomas que dominan.
No atinan a nada. Se están recuperando del sopapo.